Las palabras no se las lleva el viento.

Es verdad que nuestra memoria comete fallos, pero de ahí a decir que no existe hay un largo camino. Un sendero que no está exento de importancia y que a veces es terreno fértil para aquellos que se quieren quitar de encima los compromisos que han adquirido con las palabras.



Gracias a estos oportunistas se ha popularizado la expresión de que “las palabras se las lleva en viento”.Esta metáfora, en el fondo, lo que dice es que aquello que se enuncia y no se escribe y se firma tiene un peso menor al de una hoja caduca y amarillenta, de las que caen de los árboles en otoño.

Quizás en el ámbito legal sea así, pero en el ámbito personal esto dista mucho de funcionar de esta manera.

¿Cumplirá con su compromiso?

Como decíamos, contamos con una memoria que patina, pero memoria al fin y al cabo. Es en este lugar donde quedan grabados los compromisos personales que adquirimos y que los demás adquieren con nosotros.


Cuando nuestra hermana se compromete a recoger hoy a los niños no firma ningún documento legal para corroborarlo, simplemente dice que acudirá. Nos da su palabra, que rubrica con su identidad. Así, a su palabra queda ella misma adherida. Algo que en teoría en las relaciones humanas debería pesar más que un garabato en forma de rúbrica.

Confiar en la palabra dada

En el ejemplo que mencionamos, nos fiaremos de esa palabra en función de el número de veces que la haya cumplido en el pasado y tomaremos especialmente en cuenta aquellas que han supuesto un coste similar para la persona que nos ha dado su palabra.

Es decir, si sabemos que nuestra hermana esa tarde no tenía planes ni es probable que le surjan, intentaremos encontrar situaciones en las que haya adquirido un compromiso sobre el que también hemos pensado que tenía un coste bajo para ella. Una vez localizadas, las utilizaremos para estimar si cumplirá o no cumplirá.

Por el contrario, si vive lejos y sabemos que esa tarde tiene una actividad que le gusta y que podría interferir en horario, acudiremos a las veces en las que recordemos que ha adquirido un compromiso con un coste alto. De este modo, también las utilizaremos para estimar si cumplirá o no cumplirá.

La palabra es mitad de quien la pronuncia, mitad de quien la escucha.
-Michel de Montaigne-

Para esta estimación también evaluaremos otros factores, como las posibles motivaciones para adquirir ese compromiso. Puede que le encanten los niños y vea los ratos que pasa con sus sobrinos como momentos de disfrute y deleite. Esto disminuirá sin duda el coste estimado en caso de haberlo. Por el contrario lo aumentará si no disfruta de la compañía de sus sobrinos y, por el contrario, parece sufrirla.
Finalmente, decir que el incremento del coste no tiene por qué aumentar necesariamente las probabilidades de que alguien incumpla su palabra. Hay determinadas personas que por diferentes razones, como revindicarse como generosas, pueden responder a compromisos de coste alto y no hacerlos frente a aquellos que tienen un coste bajo.

Las palabras que hieren, las palabras que dan fuerza

Mujer lanzando palabras al aire

Hay otro tipo de palabras que difícilmente se lleva el viento de nuestra memoria, aquellas que nos han dicho personas que apreciamos y que nos hicieron daño. Puede que entendamos que las dijeron en un momento de frustración y que después hayamos comprendido que no las sentían, pero no es tan fácil borrarlas de la memoria como el viento puede llevarse a la hoja que cae lentamente del árbol.

El problema es que estas palabras quedaron registradas junto a una profunda huella emocional y nuestra memoria no suele olvidar lo que provoca huellas profundas. Hay una excepción: que el hecho sobrepase nuestra capacidad de asimilación emocional y tape el recuerdo con una amnesia disociativa.

Sin embargo, incluso con este tipo de amnesia, la persona podría tener sentimientos de rechazo hacia la persona que la hirió, aunque no sepa explicar por qué.

Las palabras que pronunciamos no son elementos inocuos lanzados al aire escritas con lápices de borrado fácil. Al contrario, son elementos de influencia que pueden no borrarse nunca.

Aquello que decimos:


Finalmente, señalar un último dato importante, aunque este es un tema que daría para un libro entero. Las palabras que recibimos dejan huella en nosotros, pero también la dejan las que decimos.

Igual que hemos hablado de un profundo daño por las palabras escuchadas, también las que pronunciamos pueden dejarnos sentimientos muy intensos, como la culpa (en negativo) o el orgullo (en positivo). De manera que no, las palabras no se las lleva el viento. Algunas incluso ni un huracán.


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