“Un día pasas por una zapatería y !zas! ves un par de zapatos fabulosos, tan bonitos, tan altos, tan diferentes. Así que entras, pides tu talla, pero te dicen que no hay, así que pides un número menos y te los pruebas. No es el tuyo, pero quizá funcione. Te miras al espejo y ¡wow! son los zapatos más bonitos que has tenido en tu vida. Simplemente perfectos, te ves genial. Solo hay una cosa, te aprietan. No mucho, sólo un poco, pero te aprietan. Aún así, decides llevarlos, te gustan demasiado.
Al día siguiente ya te los pones. Tus pies terminan un poco cansados pero lo toleras. Los días siguientes te aprietan un poco más y ya te duelen los dedos. Pero te gustan tanto que sigues usándolos. Te ves fabulosa.
Pasan los días y te salen ampollas, ya ni puedes caminar, pero te gustan tanto que no puedes dejar de usarlos. Hasta que un buen día, hinchados y doloridos, tus pies dicen, ya no más. Ya no te valen, ya no te entren los zapatos. Lo intentas, los aflojas, encoges el pie, te los pones a medias, pero nada.
Te entristece, pero empiezas a comprender que desde que los compraste, esos zapatos nunca fueron de tu talla. Lo sabías, quisiste creer que a lo mejor con el tiempo cambiarían de talla, se ajustarían a ti, se amoldarían a tus pies. Te engañaste, con la esperanza de que con el tiempo desaparecería el dolor. Así que ahora solo tienes dos opciones:
Guardarlos por si algún día te quedan bien, aunque sabes que tus pies nunca encojerán, con la esperanza de que poniéndote una tirita te lastimen solo un poquito.
O dejarlos ir. Agradecerles lo mucho que te hicieron feliz y tirarlos o regalarlos para que los luzca otra mujer. Ya lo aceptaste, nunca te valdrán. El dolor te enseñó que debes siempre utilizar tu talla, no otra.
Pues igual pasa con el amor. Es mejor que camines descalza,
porque si te aprieta o no te queda, por más lindo que parezca, no es para ti"
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