Uno de los rasgos fundamentales para iniciar el camino de la compresión, tanto para uno mismo como para los demás, es la paciencia.
A veces, esta palabra nos acerca a una posición nada fácil que exige mucho control de la ira, gran sabiduría para ejercer el silencio y buenas dosis de espera que no siempre se logran.
Sin embargo, la paciencia es la herramienta de la victoria.
No todos los ojos lloran al mismo tiempo, ni las caídas se producen a la vez, ni tampoco la gloria se reparte siempre de igual modo.
Solamente hay que saber permanecer en una quietud activa, alerta y expectante a lo sucede a nuestro alrededor.
Silenciar la voz que nos urge en el interior a precipitar las respuestas para resolver con más rapidez lo que nos aqueja.
La prisa es comprensible, pero muy costosa...
Decidir un nuevo comienzo e iniciar el camino del triunfo ante la debilidad del que alza la voz para sentir que tiene mayores dosis de razón.
A los pacientes, en muchas ocasiones, se les ha considerado estúpidos.
Personas faltas de resolución.
Individuos al límite de la capacidad básica de razonamiento.
Y todo por no presentarse para estar presto a la discusión.
Por saber esperar el momento en el que la vida, nunca nosotros, logre lo que nadie puede alcanzar: demostrar al temeroso que su pantalla es de papel ante la adversidad, mientras nuestra paciencia resiste y vence.
Ser paciente es tener esperanza.
Si uno espera es porque tiene fe y cree decididamente en una ley natural que siempre se cumple, la ley del amor.
Sabemos que la vida tiene sus propias reglas que nada tienen que ver con las que imaginamos que la gobiernan.
Normas inexorables que a pesar de todo y por encima de ello, se consuman sin remedio.
Por eso, solamente hace falta saber esperar.
Todo se arregla.
De una forma u otra, lo que ahora ante nuestros ojos parece que no tiene remedio…un día lo tendrá.
Estoy convencido de que las decisiones más importantes no las tomamos nosotros.
Muchas veces, en muchísimas ocasiones, es la propia vida la que se encarga de aclarar el panorama.
Si todo sucede como debe y nuestro plan a lo largo de nuestra existencia tiene sus fechas de caducidad, tanto para lo bueno como para lo malo, ¿acaso cabe desesperarnos por acelerar los tiempos? ¿Es que debemos exasperarnos por no ver satisfecho nuestro deseo en el instante en que lo ansiamos?... démonos tiempo, dejemos que discurran los días en la certeza de que todo se recolocará en el lugar que debe ser, con o sin nuestro permiso.
Acostémonos con la tranquilidad de que todo está bien.
Amanezcamos con la esperanza de que eso que tanto anhelamos se haga realidad, feliz descanso Amig@s😇🙏🏻💞
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