Divino Niño Jesús, pequeño y radiante como el sol naciente,
tú que iluminas los corazones con tu inocencia y tu amor sin medida,
entra también hoy en nuestra vida.
Así como el sol disipa la oscuridad de la noche, tu presencia disipa nuestros temores, nuestros cansancios y nuestras dudas.
Tu luz es suave, pero nunca se apaga;
es pequeña, pero nunca deja de calentar.
En tu figura de Niño encontramos lo que olvidamos al crecer:
la confianza plena, la pureza de intención,
la alegría que nace sin razones,
la fe que no cuestiona, solo abraza.
Enséñanos a mirar el mundo con tus ojos,
a sonreír incluso cuando el camino se hace difícil, a recordar que cada amanecer es promesa, y que tu amor, como el sol, siempre vuelve a salir.
Divino Niño del Sol,
que tu luz ilumine nuestra casa,
nuestros pensamientos y nuestras decisiones.
Haz que tu calor reconforte lo que está herido y renueve lo que se ha marchitado dentro de nosotros.
Porque donde tú estás, Niño Dios,
no hay sombra que permanezca,
ni alma que quede sin esperanza.

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