El miedo siempre está dispuesto a ver las cosas peores de lo que son”.
Tito Livio (Emperador Romano)
Cuando somos niños, es frecuente que tengamos miedo a la oscuridad, pidamos a nuestros padres que nos dejen una luz encendida o que se queden a nuestro lado hasta que conciliemos el sueño. Pero… ¿qué ocurre cuando somos adultos? ¿Por qué tenemos miedos nocturnos que van más allá de las pesadillas?
Muchas veces, el temor aumenta cuando el sol se va. Esto no siempre quiere que la agitación se vaya a manifestar de manera física, con la alteración de nuestras constantes.
La agitación ocurre en la mente y puede causarnos muchos trastornos en nuestra vida cotidiana.
Sabemos la causa exacta de nuestro miedo, de ese “monstruo” que no nos deja descansar como merecemos. Ese temor tiene nombre, forma, no es desconocido, ya que de lo contrario, se transformaría en ansiedad, dicen los expertos.
Tampoco significa que solo aparece por la noche y desaparece cuando amanece, sino que está presente todo el día, pero estamos tan ocupados o preocupados en otras cosas, que no pensamos en él. Por ello, se queda agazapado esperando a que la luna y las estrellas estén visibles para salir de su escondite. Allí es cuando sucumbimos a ese miedo.
Los temores más frecuentes de los adultos son: la propia muerte o la de un ser querido (lo mismo que le puede pasar a los niños), las dificultades económicas, los problemas personales, una situación a la que debemos hacer frente, etc.
Si nos basamos en una versión más antropológica, que busca la herencia que hemos recibido de nuestros antepasados, podemos entender que el ser humano vivía en constante peligro hace miles de años, sobre todo en las noches, cuando no podía ver bien (a diferencia de los animales) y no contaba con la iluminación adecuada.
En la oscuridad se esconden todo tipo de peligros. Desde un felino a un insecto, también otra persona que nos quiere hacer daño, un pozo que no vemos, un objeto que nos hace lastimar, etc. Nuestros ojos no están preparados para ver donde no hay luz y eso aumenta el temor o la desesperación.
Entonces, el “hombre de las cavernas” se mantenía atento con sus músculos listos para entrar en acción, toda la noche, a la espera de un ataque. Una vez que estableció un sistema de defensa, permaneciendo dentro de la cueva con una puerta o el fuego que lo ayudaba a ver mejor, empezó a dormir más tranquilamente, algo que siguió hasta nuestros días.
El peligro ahora no es un tigre que nos pueda devorar, pero hay otras cosas que no nos permiten dormir bien, como mantener el trabajo, pagar las cuentas, darle de comer a los hijos, etc. Quizás te parezca algo mínimo en relación a ser comido por un animal salvaje, pero eso es lo que nos toca actualmente.
La mente está demasiado acelerada durante el día y por la noche es difícil que pueda relajarse lo suficiente como para descansar. Al intentar dormir es cuando asaltan todo tipo de ideas, opiniones y reflexiones.
¡Hasta es probable que se te ocurran cosas maravillosas! Pero, también es un arma de doble filo, ya que tiene la capacidad de “recordarnos” todo aquello que durante el día hemos desoído por nuestras obligaciones y tareas.
¿Qué podemos hacer en ese momento? Pensar en otra cosa. Puede parecer fácil de decir en la teoría pero no en la práctica. ¡Pero vale la pena hacer la prueba! Lo que si, no dejes que el temor aumente al punto tal que no lo puedas dominar.
Por ejemplo, si empiezas a pensar en tu muerte, gánale el pulso a los pensamientos de temor con momentos lindos que hayas vivido en los últimos tiempos. Si se trata de los problemas económicos, dale la vuelta pensando de qué manera gastar menos o buscar un nuevo empleo.
Otra teoría dice que debemos ignorar al miedo para que desaparezca, no “echarle más leña al fuego”. Trata de dormir haciendo caso omiso a tus temores.
Repite que cuando salga el sol tendrás nuevas oportunidades de disfrutar, que nada puede afectarte, que ese monstruo no tiene la capacidad para ganarte, que eres más fuerte que él.
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Cree con mucha convicción que nada puede hacerte bajar los brazos y claudicar. ¡Y que ya eres un adulto como para dormir con la luz encendida!
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