Mamá ya no es la misma…Pero no porque haya dejado de amar, sino porque su cuerpo está librando una guerra silenciosa.
Se despierta empapada de sudor en la madrugada, aunque afuera haga frío. Tiene insomnio, pero también un cansancio que le cala hasta los huesos. A veces le tiemblan las manos, a veces arde por dentro. Su corazón late con fuerza sin razón, sus articulaciones duelen, los oídos zumban, le falta el aire… y hasta las palabras se le escapan.
Llora por cosas que antes ni la tocaban. Olvida lo que tenía memorizado, pierde la paciencia y no, no está “loca”.
Está en la menopausia.
Pero eso nadie lo dice. Nadie lo ve. Nadie lo entiende.
Ni siquiera en su propia casa.
Porque cuando una madre cambia, todos se molestan, pero nadie se detiene a preguntar qué está pasando. Porque para la sociedad, la mujer debe ser útil, servicial, fértil y discreta. Y si no cumple con eso, se vuelve “exagerada”, “histérica” o “insoportable”.
Pero lo cierto es que mamá no está bien.
Se siente extraña en su propio cuerpo.
Su piel cambió, su cabello se cae, su reflejo ya no le gusta.
Se siente invisible.
No deseada.
No comprendida.
No escuchada.
Y aun así… sigue.
Sigue cocinando, cuidando, resolviendo, organizando, aguantando.
¿De verdad creen que eligió sentirse así?
La menopausia no es una pausa. Es una revolución interna. Es un puente entre la mujer que lo dio todo por los demás… y la mujer que por fin debería empezar a vivir para ella.
Pero en vez de abrazarla, todos se alejan.
En vez de cuidarla, la critican.
En vez de apoyarla, la hacen sentir que estorba.
Y no, no es justo.
Porque mamá estuvo ahí en todas tus fiebres, tus berrinches, tus crisis, tus derrotas.
Ahora le toca a ella.
Ahora es cuando más necesita que estés.
Y si no sabes qué hacer, al menos dile:
“Estoy aquí. Y no estás sola.”
Porque mamá no está insoportable.
Está cambiando.
Y merece que la acompañes, no que la señales.