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Es porque eligió la calma como forma de vida.
Duerme más de lo que se mueve.
Come cuando tiene hambre.
Y se queda quieto… no porque no tenga a dónde ir, sino porque aprendió que estar presente también es avanzar.
No corre tras nadie.
No huye de todo.
No grita para ser escuchado.
Solo está.
Como quien sabe que la paz no se busca afuera… se cultiva adentro.
El koala no impresiona con rugidos.
No necesita garras para hacerse respetar.
No impone autoridad… pero nadie lo molesta.
¿La razón?
Tiene esa energía suave que no incomoda.
Esa ternura que no es debilidad, sino sabiduría.
Esa presencia que no invade, pero tampoco desaparece.
Y por eso lo buscan:
Los niños, los ancianos, los estresados del mundo que ya no pueden con tanto.
Porque estar cerca de un koala… te baja el ritmo del corazón.
El koala no pretende cambiar el mundo.
Pero cambia la forma en que lo habitas.
No vive para demostrar nada.
No vive para complacer a nadie.
Solo vive… a su ritmo.
Sin presiones.
Sin metas vacías.
Sin ruido.
Y tal vez por eso, en un planeta lleno de prisa, su pausa se siente como un abrazo.
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