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Aléjate de todo lo que te aleje de ti.

Aléjate de lo que te haga daño, de lo que oscurezca tu vida, aléjate de lo que se convierta en siniestro. Aléjate de todo aquello que no tenga remedio, de aquello que esté sometiendo tu bienestar. Aléjate de todo lo que te aleje de ti.



Ponle distancia emocional al dolor, al rechazo y a la traición, obsérvalos y aprende. Maneja tus miedos, controla tus demonios. Sé consciente de que el sufrimiento es opcional. No maquilles tu realidad, vívela.

Mantén cerca aquello que te reconforta, que no dispara a matar, que no te obliga a perder. Dale la oportunidad a un nuevo estilo de juego y cuídate, no te rompas en pedazos, no te obligues a perder parte de ti.

La huella emocional del dolor.

Con frecuencia dejamos que las agujas del reloj recorran su esfera sin interferencias mientras arrancan las hojas de nuestro calendario sin pena ni gloria. Desconectamos del mundo, nos aislamos de la realidad y dejamos que la vida pase sin pensar en las consecuencias.

Pero desligar nuestra parte consciente de la inconsciente tienes sus consecuencias. No estamos diciendo que tenemos que ser hiper-reflexivos, estamos hablando de tomar consciencia de que lo que nos produce dolor es precisamente nuestra intención de evitarlo.

El sufrimiento no puede separarse de la vida, pero de manera constante nos empeñamos en sobrepasar sus límites e intentar ignorarlo. La tristeza no es mala, tampoco lo es la preocupación y ni siquiera la ira.

Cada una nos aporta un conocimiento. O sea, que sentir sufrimiento es necesario si queremos sentir placer. Por eso si se trata de evitar algo lo que tenemos que hacer es no jugar al escondite con nuestras emociones.

Siempre habrá algo que nos haga daño.

Es imposible lograr una vida sin emociones tóxicas ni personas que “nos la amarguen”. Asimismo es imposible vivir sin algo que nos produzca placer o gratificación. Por eso debemos de ser justos pensadores y agradecer al “sufrimiento” todo aquello que nos aporta.

Dicho de otra manera… ¿Quién no ha pensado alguna vez que aquella puñalada por la espalda que recibió no le sirvió para madurar? ¿Quién no se ha percatado de que si hoy es fuerte es porque ayer fue débil?

Para todo en la vida hay una contrapartida. No podríamos sentirnos alegres si un día algo no nos puso tristes. Sin embargo, aunque este razonamiento es bastante siempre nos cuesta aceptarlo en la práctica.

La vida a veces duele, a veces cansa, a veces hiere. Esta no es perfecta, no es coherente, no es fácil, no es eterna, pero a pesar de todo LA VIDA ES BELLA.


Así que al final acabamos siendo nosotros los que alimentamos y autogeneramos nuestro sufrimiento. Esto funciona con el efecto bola de nieve. Algo nos hace daño, intentamos evitarlo, nos hacemos más daño, permitimos que se acumule, sufrimos por no lograr deshacernos del dolor y, como resultado, obtenemos una gran bola de nieve de aquello que comenzó siendo un solo copo de agua helada.

Ahora bien, con esa bola de nieve tenemos la posibilidad de hacer un bonito muñeco o de dejar que nos aplaste. Como vemos, de nuevo se trata de opciones, de caminos, de bifurcaciones.

 Si simplificamos así cada situación de nuestra vida obtendremos una llave maestra que abrirá todas aquellas fuerzas que nos permitan avanzar. Básicamente se trata de plantearse dos opciones: aceptar el camino o rechazarlo y sufrir por intentar evitarlo.

Si aceptamos, crecemos. Si rechazamos viviremos siempre sometidos al yugo de la evitación. Si nos resistimos a aceptar el sufrimiento y los daños como parte inherente a la vida, solo lograremos apelotonar la angustia.

Si por el contrario lo aceptamos como natural nos libraremos de la angustia, lo que nos permitirá sobrellevar nuestra vida sin la gran carga del juego intenso y constante del escondite.

En definitiva, que no podemos pelear contra nosotros mismos porque, si lo hacemos, seremos ganador y perdedor. Y morir para vivir no compensa.


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